[Comparto un texto que escribí esta mañana en mi sesión de “escritura libre” mientras preparo mi manuscrito sobre performance, activismo y política]
Para quién es este libro? El mundo está cambiando rápidamente. Y la tecnología es parte de eso. Leemos diferente, o ya no leemos, no escribimos. Nuestra manera de conectarnos, nuestro sentido de realidad, las cosas que estamos dispuestxs a hacer, aquello que consideramos válido, necesario, cambian. También, a veces lo que creíamos progresista, da un vuelco y alguien del signo contrario lo apropia.
En Argentina, las cacerolas, que en un momento significaron emancipación, dignidad, hoy son símbolo de horda, masa desorganizada, destituyente, caprichosa. Cuando en un momento significaron un decir desde la bronca que implicó que a la gente le importaba lo que estaba pasando, hoy incluso lo de ayer se relee como interés personal. Las ollas se hunden más y más en un magma social que lo que más grita es “fogoneado por los medios” “sin rumbo”. El cacerolazo da visibilidad, comunica un afecto de rebelión. Es un “a mí me pasa lo mismo que a usted”. Después de la ética del “sálvese quién pueda” inculcada por el menemismo, este tomar la calle fue ejemplar. Puso un límite, cuando corralito y estado de sitio quisieron ponérselo a la multitud. En el contexto del 19/20 el Argentinazo es la condición de posibilidad de lo que vino después. Leído en su aquí y ahora, tiene su valor. Pero su gesto es destituyente y cambiando el escenario, con las cacerolas no alcanza, dicen quienes apoyan al gobierno hoy.
La cacerola no entra en la urna. Esta afirmación toma al sistema electoral como base de la performance de la democracia y pregunta desafiante cuál es el rol de las cacerolas ahí. Esto plantea la polaridad en la que se encuentra Argentina. Unos tienen las urnas, otros las cacerolas. La democracia como vaivén: cuando te toque a vos, goberná como quieras.
Es cierto que las cacerolas no se traducen en acciones, en propuestas que el gobierno pueda escuchar. Son gesto final: juicio politico, no a la reforma, queremos dólares. Nada que el modelo pueda atender e incorporar sin apartarse de su rumbo. Las consignas de las cacerolas quedan como ruido en el sistema del gobierno. Interferencia. No interrupción, ni modulación.
Las cacerolas han generado una identidad (a)política: los caceroleros. La oposición sin lider, ya que ninguno de los líderes de la oposición se consolida como candidato factible. Como performance política el cacerolazo llama la atención de los medios y circula en las redes sociales antes, durante y después. #8N, #18A. Es la lógica del acontecimiento. Ese día. Se organiza rápido, así como se disipa. Qué ha quedado? Pibe Trosko en Facebook dice: no sorprende a nadie, sabemos que hay gente que no está contenta con el gobierno. Se expresan. Las nuevas modalidades de la protesta apelan a los ecos transnacionales: cacerolazos en Nueva York, en Los Angeles, en Europa. Indignadas en Los Angeles, hace otra conexión con un movimiento más grande. Los argentinos en la diáspora se suman, caceroleando en la puerta de sus consulados que son la representación del gobierno en las ciudades cosmopolitas.
Hay otra estrategia que apela a la escala transnacional, al gesto de atravesar fronteras: carteles prolijamente impresos piden “impeachment” como quien pidiera un rescate. “Juicio politico” es una consigna al interior del conflicto. Una propuesta, finalmente! “Impeachment” (en un país donde el inglés tiene un peso ideológico fuerte de imperialismo y globalización, limitado a palabras como “delivery”, “light”, “parking” y “sale”) aparece como un rayo. En la imagen siento el peso del cartel que el manifestante blande como pidiendo rescate y que para miradas como la mía lo hunde en un naufragio fulminante. No sé si es algo generalizable, pero para mí “impeachment” = Clinton. Desconozco el peso de la palabra en circuitos naturales para ella, pero sé que para muchos el impeachment trajo a la orilla las naves del capitán Bush. Sé que a la luz de lo que le siguió al impeachment, muchos lamentan que la vida privada de ese “kinky” hombre público nos haya llevado a la inevitabilidad de un Bush.
Impeachment en el cartel duele más que todos los epítetos que se le puedan hacer a CFK, incluyendo aquellos que la acusan de realizar sexo oral (carteles que dicen “petera” haciendo alusión al término popular con el cual se refiere a la fellatio). Toda una línea aquí de lectura de género, y casualmente una conexión que pone a Cristina en el rol opuesto al de Clinton. La escena es la misma. Me pregunto a cuánta distancia se encontrarían en la manifestación los carteles de “petera” (expresión tan local) en relación con el de “impeachment” (botella tirada al mar desde la calle que se sabe leída o capturada por las redes de la internet).
Pasaron tantas cosas, casi más para quienes no fuimos al 18A (curioso, es difícil decir “no estuve” en esta era de multiplicidad y sincronicidad de acontecimientos) y nos encontramos con esas imágenes en la web. Cadena de respuestas en Facebook. En un flash teorizo que el impeachment, no el juicio politico en sí, es la versión neoliberal del golpe, el fantasma siempre presente, la carga histórica de otras veces en que la clase media se movilizó en defensa de sus intereses. Impeachment no es simplemente una traducción con vocación informativa para que quienes no lean español entiendan la temperatura del conflicto. Impeachment, más cuando se está resistiendo una reforma del sistema judicial, pide un rescate, pide un actor externo; es una opción lógica para un ciudadano que está acostumbrado a las geografías contemporáneas donde las corporaciones redefinen territorios, el rol que cada país va a jugar en el supermercado global, el uso que se le va a dar a la tierra, y las escalas que van a pesar más que la soberanía nacional en el concierto de (trans)naciones.
Las cacerolas no entran en la urna. Pero impeachment entra en la cadena de circulación de significantes. Tal vez no se genere un movimiento, ni un hashtag, ni una plataforma política. Pero sin duda impeachment, un cartelito solo, blandido a la cámara, hace las veces del flash del que hablaba Benjamin. Impeachment es un modo de hacer política que encuentro íntimamente ligado a las redes sociales. Las redes son la condición de posibilidad de este enunciado. Las democráticas redes en su lado más oscuro. Impeachment es la expresión de lo que se puede querer y da cuenta del modo en que ese sujeto portador del cartel cree que puede lograrse esa revolución.
Hay una diferencia grande entre impeachment y juicio politico. Una diferencia que no es de significado literal de la palabra sino de los mundos que evoca. Lo que la traducción quiere directo, comunicabilidad de un sentido cerrado, es aquí estallido. Es el aun más de las cacerolas de teflón o de las cacerolas como aplicaciones en el iPad. Es un ruido que quizás muchos ahí en la marcha no comprendieran pero que sin duda entra en la economía de sentido transnacional.
Serán los que volvieron? De dónde sacaron la palabra? Cuándo fue nuestro último juicio politico?
Exportamos cacerolazos, escraches, corralitos. Importamos impeachment.
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